Московский государственный институт международных отношений (университет) мид россии
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La personalidad de Ernesto Guevara se analiza detalladamente en el libro “Comediantes y mártires” escrito por Juan José Cebreli, ensayista y escritor argentino, que ganó el premio del concurso Debate Casamérica 2008. Cebreli dedica su obra a cuatro figuras míticas argentinas: Carlos Gardel, el Zorzal Criollo, Eva Perón, Evita, Ernesto Guevara, el Che y Diego Maradona, Dios. Tres de ellos siguen siendo pilares de “argentinidad”, formando parte del espacio cultural de su Patria, pero el Che se ha desgajado de su tierra madre y se convirtió en uno de los “mitos”, primero cubanos, e internacionales, después (Transparencia 1).
En este informe me gustaría ofrecer a su atención un análisis linguístico de esta figura como una especie de artefacto que forma parte de un modelo integrado por tres componentes: creador de imagen – imagen como artefacto – consumidor.
La idea de estudiar los fenómenos y artefactos culturales aplicando este modelo pertenece a los historiadores de cultura V. Zín- chenco, V. Zusman y Z. Kirnose, que en su libro (publicado en ruso) “Comunicación intercultural. Del enfoque sistémico al paradigma sinergético” (1) analizan conceptos de cultura. El creador del artefacto produce una obra que se convierte en un hecho cultural cuando encuentra a un consumidor, pero sólo en el caso de que éste le rinde una especie de culto, lo adora en cierto modo. La comunicación y retroalimentación entre estos tres componentes es un proceso complejo que se desarrolla en el ámbito cultural o intercultural interactuando con él. Partiendo de que la cultura es un fenómeno social y natural, los autores del mencionado libro proponen además aplicar a las investigaciones de interculturalidad la noción de fractales, ideada y desarrollada por los premios Nobel de Ciencias Naturales I. Prigozhin y L. Von Bertalanfi. Fractal es un fragmento de un objeto, cuya estructura y propiedades son equiparables a las del objeto en su conjunto. Por tanto, al observar detalladamente las particularidades internas, transformaciones y todo lo relacionado con el fractal, es posible hacer ciertas deducciones acerca del conjunto, en el caso nuestro, la sociedad, porque es su micromodelo.
En el espacio linguocultural, los ídoles de cultura de masas pueden ser considerados como una especie de artefactos “dos en uno”, siendo al mismo tiempo sujeto y objeto de creación. En la comunicacion este tipo de personalidad linguística es capaz de organizar a sí misma en busca de un sentido, creando su propio imagen como una obra de arte, intercomunicando con el ambiente. La relación “artefacto-usuario” está en constante transformación, corriendo el riesgo de desaparecer si el consumidor deja de adorar o necesitarlo. Mientras en un objeto material (un cuadro o un poema) esta relación es fija y constante, porque el artefacto es tal como es, los ídoles, sobre todo mediáticos, han de cambiar y deben hacerlo, en función de las transformaciones que tienen lugar en su entormo y en el ambiente sociocultural. Abandonado y olvidado, el artefacto ¨muere¨, pero con el tiempo puede ser llamado a resurrección, y vive otras vidas, tan distantes de la imagen original, pero muy a tono con las nuevas realidades sociales (Transparencia 2). A eso a menudo contribuyen los asesores de imagen, correspondiendo a las demandas del consumidor nuevo.
Veamos el prototipo. Ernesto Guevara nació en una familia de oligarquía cordobesa venida a menos. Los padres no se llevaban bien. Su madre Celia, a la que quería mucho, tratando de mantener el tren de vida de su clase social, a menudo cambiaba de lugar de residencia, vivía ora en estancias de los abuelos, ora en hoteles u hogares pasajeros. El padre, casi siempre ausente, emprendía diferentes empresas para mejorar la situación económica, pero se frustraban. De él, como dice Sebreli, el hijo heredaría “la vocación por los emprendimientos fabulosos destinados al fracaso” (4, 127). Las desavenencias familiares y el asma que Ernesto padeció desde niño, contribuyeron al desarrollo de dos pasiones que le acompañaron durante toda la vida: viajar (horror al domicilio, como decía Baudelaire) y literatura. En una carta a su madre escribe (1952): “Comprendemos que nuestra vocación es andar eternamente por los caminos y los mares del mundo,... sin clavar nuestras raíces en tierra alguna”. Y antes de partir para su último viaje, confiesa: “Lo único que hice fue huir de todo lo que me molestaba” (4). Viaja de niño con su familia, viaja de adolescente por Patagonia, la selva de Misiones, va de joven a México, Europa, recorre medio mundo en viajes oficiales. Después, Congo y, al final, Bolivia. En esta vida errabunda siente una soledad, pero la lectura le acompaña siempre. Entre sus autores predilectos están Jack London, Ernest Hemingway, Pablo Neruda, Gandhi, clásicos del marxismo, y más tarde Hegel, Fenomenología del espíritu. Difícil de imaginar un libro así en la mochila de un guerrillero, pero para él era imperante la necesidad de “retirarme a leer, huyendo de los problemas cotidianos”. Además de asiduo lector, Ernesto Guevara es un narrador consagrado: desde muy temprano y hasta el último día escribe sus diarios (editados sólo en parte) que revelan un buen dominio de palabra, estilo claro y sencillo, y buen gusto que mantiene fuera de sus páginas todo tipo de fraseología ideológica y pomposidad oratoria, tan propias de su entorno. Estos diarios y algunas cartas han servido de base para este analisis, de ellos vienen las palabras clave, lemas, consignas, fraseología que configuran la imagen como artefacto, creado por el propio Ernesto Guevara (5). Su componente lexico incluye todo lo que encuentra resonancia en las almas y las mentes de sus adoradores, toca sus fibras más sensibles y provoca una adecuada reacción de respuesta.
Un análisis frío y objetivo de los hechos nos obliga a constatar que Ernesto Guevara perdió todas las batallas que había iniciado: médico de lepra que apenas ejerció su profesión, director del Banco Central que negaba el dinero como tal y contribuyó al debacle económico en el país, diplomático y político que disentía de la línea general de los dirigentes del partido y se vio obligado a abandonar a Cuba (como él mismo escribe: “¿Quién era yo ahora? Me daba la impresión de que después de mi carta de despedida a Fidel, los compañeros empezaban a verme como un hombre de otras latitudes...alejado de los problemas concretos de Cuba y no me animaba a exigir el sacrificio final de quedarnos. Pasé así las últimas horas solitario y perplejo” (5, 147). La expedición a Congo no tuvo éxito (comienza su Diario así: “Esta Es la historia de un fracaso”), la guerrilla en Bolivia confirmó la inconsistencia de su idea de exportar la revolución (resumiendo los resultados del mes de mayo de 1967 tuvo que reconocer otra vez la “falta total de incorporación campesina” (5, 234). A los 39 años tenía la salud totalmente destrozada: “Soy una piltrafa humana”, – constata friamente en su Diario. Pese a varios matrimonios y muchos hijos su vida familiar también fue un fracaso. En una carta a su madre escribe: “No tengo casa, ni mujer ni hijos, ni padres ni hermanos, mis amigos son amigos mientras piensen políticamente como yo”. A una de sus novias le dice: “No puedo sacrificar mi libertad interior por vos y yo soy lo más importante que hay en el mundo” (3, 138). Ni siquiera pudo recordar con exactitud, cuantos años cumplía su hija Celita Guevara March, que nació el mismo día que él (5, 247).
Sin embargo, los hechos no pueden nada contra la fama y el mito, que le dieron una estatura universal, elevaron su imagen por encima de las tristes circunstancias reales. ¿Qué resortes ha sabido tocar él y sus “asesores de imagen” para desencadenar el “efecto de las almas gemelas” y llegar a ser la bandera de tantos adoradores, tan diferentes y distantes entre ellos? Guerrillero heroico para los cubanos, emblema nonconformista para los estudiantes europeos del mayo 68, guru contracultural para los hijos de la clase media hartos del consumismo, líder y tutor de los grupos terroristas de Rotenarmee en Alemania y tantas guerrillas en Latinoamérica, modelo de vestir elegante para los futuros yuppies haciendo sus estudios financieros, símbolo de éxito comercial para promocionar el turismo, un santo popular adorado religiosamente, sin contar otras muchas facetas. Para lograrlo, había tenido que buscar antecedentes universales, pues en este mundo nada nace de la nada.
Desde el comienzo de su actividad política en Cuba, Ernesto Guevara se preocupó de cultivar su imagen. Al analizar sus ventajas y desventajas, apostó por las cualidades que le ayudaron a ganar popularidad: “Uno hace lo que puede con sus desventajas, soy argentino, estoy como perdido entre los tropicales. Me resulta difícil abrirme y no tengo las mismas dotes que Fidel para comunicarme. Me queda el silencio. Todo jefe tiene que ser un mito para sus hombres” (6). “La presencia de un periodista extranjero, de preferencia estadounidense, tenía para nosotros más importancia que una victoria militar”, – escribe nuestro protagonista (5, 159). Mientras calla, “luce una sonrisa de dulce melancolía que muchas mujeres encuentran arrebatadora”, observa un corresponsal del Time. El periodista Carlos Franqui, que conoció al Che en México, lo describió así: “Guevara tenía un aire bohemio, un humor suficiente, provocador y argentino, andaba sin camisa, era algo narcisista” (3, 135).
Pero, ¿cómo era en su fuero interno? Desde joven Ernesto se autoidentifica con Don Quijote: “Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo”, escribe a su madre. Una metáfora muy comprometida, pues así, según Sebreli, elegía “el camino de la quimera que lo llevaría al fracaso” (3, 125). La imagen del Quijote lo acompaña hasta el final: “Muchos juzgarán que soy un Quijote y lo soy”, – dice en su última carta, ofcreciéndonos una de las claves para descifrar el misterio. Y el texto cifrado son sus diarios y cartas.
Lo primero que llama la atención del lector es su insistencia en la soledad y toda una serie de nociones afines (véase las palabras en cursiva arriba y en adelante). Dice Sebreli que “el asma lo aisló y lo convirtió en un ser diferente” (4, 127). Muy joven Ernesto escribe: “Ya me voy por caminos más largos que el recuerdo, con la hermética soledad del peregrino”. “Aun cuando la experiencia revolucionaria implicaba una forma vehemente de comunicación con los demás, siempre hubo una distancia, una valla insalvable entre él y aquellos que quería liberar. No arraigó ni siquiera entre los cubanos. Entre él y sus compañeros de combate había siempre una separación: en la comunidad cerrada del grupo guerrillero en medio de la selva, el leía aislado novelas inglesas y francesas” (4, 127).
En el punto de confluencia del quijotismo (deseo de ir en busca de aventuras para ayudar a los pobres y desamparados) y la soledad del héroe surge el culto de la muerte, como una prolongación de la concepción heroica de la vida y su complemento inevitable. La muerte le atrae a Ernesto mucho más que la vida, en la que no acaba de encontrar un lugar para sí. Era un asceta, no tenía apego a ninguno de los placeres de la vida (salvo la comida), no le importaba sacrificar su propia vida, ni la de los demás. Esta vocación era tan notoria que personas muy diferentes, como el escritor francés J.P. Sartre, el ministro soviético A. Mikoyán, su ex compañero y periodista Regis Debray subrayaron las tendencias suicidas y la “disposición a morir bellamente” (3, 156). Hasta el propio Fidel le veía un gran defecto: “Como guerrillero tenía un talón de Aquiles, su excesiva agresividad, su absoluto desprecio del peligro” (7, 46). La muerte y todo lo relacionado con ella lo excitaba, se regocijaba viendo correr la sangre, adoraba las armas. En 1957 escribe a su mujer: “Estoy en la manigua cubana, vivo y sediento de sangre” (3, 132). En otra, dirigida a su madre, confiesa: “Me divertí como un mono durante los días de bombardeo” (3, 130). Nunca le inportaba mancharse de sangre: “Los guantes rojos son elegantes”, – aseguraba a J.P. Sartre. No voy a citarle más, para no empañar demasiado su imagen y para no romper el parecido con el Quijote. Pasaremos a otra faceta de este artefacto, la de un bandido noble, a la Robin Hood. Creo que también era sincero en esto. Solía pagar los servicios de guía, que los campesinos prestaban con desgana y mucho miedo: “A Nicolás, el campesino, le dieron 150 pesos y la oportunidad de irse y salió como un cohete”, apunta el Che en su Diario el 15 de junio (5, 248). “A las 3.30 soltamos los cuatro guajiros, pagándole 10 dólares a cada uno por su día”. Cuando podía pagaba a los campesinos los alimentos que les decomisaba. Sin embargo, en el Diario no pudo registrar ni un sólo caso de apoyo, siquiera mínimo, por parte de la población, que solia abandonar sus casas con todos los enseres y huir: “Al anochecer nos acercamos a una casa cuyos ocupantes la habían abandonado poco antes, la que estaba muy bien surtida y con agua. Comimos un sabroso fricasé de gallina con arroz, y permanecimos hasta las 4.00” (5, 208). Esta actitud de parte de los bolivianos cuya vida pretendía mejorar había dejado de asombrarle hace mucho. Constataba con frialdad: “A los habitantes hay que cazarlos para poder hablar con ellos pues son como animalitos” (5, 251). Lo que sí atrae el mayor interés es la comida, cuya descripción detallada aparece en cada página del Diario: “Nos comimos un puerco frito con zapallos en carbonada de manteca” (3, 215). Es muy comprensible la preocupación de los hombres por asegurarse el sustento diario, pero representa un matiz inesperado, elocuente y muy humano en una persona tan insensible a las comodidades de la vida, como era Ernesto Guevara.
Los diarios y las cartas redactadas por el Che nos permiten observar, valorar y cotejar una parte importante de su personalidad en el proceso de elaboración de su imagen como artefacto. Pero ésta tiene otros aspectos, de los que el aspecto visual es primordial.
El fotografo cubano Alberto Korda fue comisionado por la revista Revolución para documentar la manifestación del 2 de marzo de 1960. En el palco oficial el Che se asomó por un instante, con la boina y una campera, su larga cabellera y su mirada desafiante dirigida hacia la lejanía. “Cuando apareció así con una expresión brava, casi me asusté viendo la cara tan fiera que tenía, – recuerda Korda. – Yo apreté el obturador casi por reflejo... El se quedó apenas un instante”.
El 8 de agosto la foto apareció en la tapa del Time, y eso fue su consagración mundial.
El problema de la imagen le preocupa al Che hasta en circunstancias de peligro mortal: morir, sí, pero bellamente. Y pocas semanas antes de su final confía a su diario sus temores: “Si quedaba tendido en el monte...no habría pañuelito de gasa; me descompondría entre las hierbas y tal vez saldría en el Life con una mirada agónica y desesperada fija en el instante de supremo miedo” (3, 162). Pero la suerte ha sido piadosa con Ernesto Guevara. Como se había difundido la información de que murió en el combate, los ejecutores tenían instrucciones de no disparar sobre el pecho ni la cabeza, rematándolo con un pistoletazo en el costado izquierdo. Unas monjas alemanas lo recogieron, lo lavaron, le recortaron el pelo y le peinaron la barba. Cuando entraron los fotógrafos, el cadáver estaba transformado en un bello muerto muy parecido al “Cristo muerto” de Mantegna, que despierta la compasión y amor de las multitudes (5, 163).
Así se cumple, quizás, el último y secreto deseo de este ateo convicto: en su mochila de guerrillero se encontró escrita por su mano una copia de un poema de Leon Felipe que dice: “Tú me enseñaste que el hombre es Dios, un pobre Dios crucificado como un hombre” (5, 163). Sería ésta una tardía aceptación de las palabras de su madre, las que habían sido rechazadas por él en una carta redactada poco antes de partir para Bolivia: “No soy Cristo,... Soy todo lo contrario de Cristo” (3, 157).
El mito estaba servido.
Los mitos suelen vincularse con la vida póstuma, aunque en el espacio mediático moderno a menudo se crean y existen paralelamente con el prototipo, cuya vida real se desarrolla en anonimato, sacándose a la luz sólo lo que le viene bien a la imagen. Es como si el propio personaje hubiera muerto, mientras que su doble sigue eternamente joven, fuerte, innovador. Por tanto, al prototipo del mito le conviene morir temprano, porque en el instante de perecer se une con su artefacto, adquiriendo su verdadera identidad y fama. Los hechos reales ya no pueden deteriorar ni perturbarla. Ha quedado en el olvido “ese hombre flaco, común y corriente, de aspecto poco aseado”. A la eternidad pasó la imagen del Che muerto, asombrosamente similar a las tradicionales estampas del Cristo, que inspiró la comparación con el Cristo crucificado y conmovió los origenes cristianos de muchos latinoamericanos. En la zona de Bolivia, por ejemplo, donde mataron al Che, “los mismos campesinos que lo delataron erigieron altares para rezar a San Ernesto y le piden milagros” (3, 210). Este culto no tiene nada que ver con la ideología, es una síntesis del cristianismo primitivo y creencias populares.
En Cuba no se insiste en la deificación del héroe nacional, pero se enaltece su martirio, “el ejemplo imperecedero del Guerrillero Heroico y médico Ernesto Che Guevara...que ha ofrendado su vida en aras de erradicar las injusticias de la faz de la tierra” (3, palabras preliminares). El mito se apoya en la imagen de mirada aguileña, “que ha inscrito para siempre en la historia de América y del mundo la grandeza de los ideales revolucionarios”. Se le considera un maestro de la vida, que a través de su Diario brinda lecciones de geografía, el mundo vegetal y animal de la selva boliviana, “donde se llevó a cabo la gesta liberadora”. Se dan nombres y fotos de sus compañeros cubanos, argentinos, peruanos y muy pocos bolivianos, y un comunicado del llamado FLN, que dice: “cualquier ciudadano que acepte nuestro programa mínimo conducente a la liberación de Bolivia, es aceptado en las filas revolucionarias... Todo hombre que con las armas en la mano luche por la libertad... merece y recibe el honroso título de boliviano, independientemente del lugar donde haya nacido. Así interpretamos el auténtico internacionalismo revolucionario” (5, 253).
A medida que cambia la sociedad y el mundo, se transforma el mito. Aparecen sus reincarnaciones posmodernas.
La pervivencia del mito post mortem se asegura en los seguidores, que recrean la imagen, lo trastocan a su antojo, remodelando y modernizando el artefacto sin que el autor inicial pueda oponer protesta alguna. Los jóvenes de hoy, que no se sienten atraídos ni por las proclamas revolucionarias y políticas, ni por la santería, no pueden dejar de simpatizar con ese Don Quijote o Robin Hood moderno, se identifican con sus muy vagos, pero nobles ideales, poniéndose una camiseta con su imagen tan bello.
La famosa foto con la boina luce muy bonito y resulta muy a tono con la tendencia “izquierda caviar”. Después que Diego Maradona, en los 70, tatuara esta imagen en la mano derecha, desde las casas de alta moda hasta talleres clandestinos lo multiplicaron en diferentes prendas hasta tal punto que se hizo elemento indispensable en el guardarropa de cada joven que quisiera estar a la altura de la moda.
“Tras ser capturado por la cámara de Alberto Korda..., el rostro del Che pasó a convertirse en icono con vida propia... Con el tiempo, el fuego de la mirada de Ernesto Guevara acabó reciclado como elemento decorativo de un reloj Swatch, en lo que supone toda una lección sobre la fragilidad de las utopías en un mundo capaz de neutralizar los mensajes más desestabilizadores”, escribe J. Costa en el artículo “El sueño desintegrado” (El País, 27 de febrero de 2009), informando de que el famoso actor Benicio del Toro encarna este personaje en Holliwood bajo la dirección de Steven Soderbergh. Su empeño es muy loable: rescatar su figura tras tantas formas de merchandising chic, partiendo de los textos del propio Guevara. El resultado: “una distancia infranqueable entre su protagonista y la reconstrucción verité de la guerra de guerrillas, el sueño revolucionario condenado a .su desintegración”. Una imagen fiel de las décadas pasadas, cualquiera que sea su interpretación valorativa, no encaja en las realidades contemporáneas, necesariamente ha de ser retocada.
La imagen-artefacto сorresponde a las características del fractal: siendo un pequeño fragmento de la realidad sociocultural es comparable a la sociedad en su conjunto. Analizando las particularidades de la imagen-artefacto, las transformaciones y todo lo relacionado con él es posible hacer algunas conclusiones más generales, porque es un micromodelo de la sociedad. De momento, no estoy lista de formular las deducciones y, a modo de respuesta, voy a poner un ejemplo más. En la avenida Kutuzov ahora se puede ver un enorme anuncio comercial con el famoso retrato de la boina en el centro. A su izquierda, un llamado en grandes letras: ¡Alquila una oficina! A su derecha: ¡Ven a Cuba! Abajo, el número de teléfono.
LITERATURA
1. Зинченко В.Г., Зусман В.Г., Кирнозе З.И. Межкультурная коммуникация. От системного подхода к синергетической парадигме. – М.: Флинта-Наука, 2008.
2. Караулов Ю.Н. Русский язык и языковая личность. – М., 2006.
3. Sebreli, Juan José. Comediantes y mártires. Ensayo contra los mitos. Ed. Sudamericana, 2008.
4. La vida en rojo. Una biografía del Che. Espasa. Buenos Aires, 1997.
5. El diario del Che en Bolivia. Juan Marinello, Cuba, 2006.
6. Paco Ignacio Taibo. Ernesto Guevara, también conocido como el Che. Planeta, México, 1996.
7. Fidel Castro. Revolution cubaine, v.2. París, 1968.
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