Estatuto da Criança e do Adolescente del Brasil

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declarar derechos es declarar deberes
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declarar derechos es declarar deberes


Los que no me ven en mis capacidades – los que me mantienen invisible como niño o niña en mi infancia – son los que me llaman de menor, que dicen que no tengo entendimiento de las cosas que hago o deshago, son los que me declaran incapaz hasta los diecisiete años, once meses, veinte y nueve días, veinte y tres horas, cincuenta y nueva minutos, cincuenta y nueve segundos.

Esos son los que hallan que, de sopetón, en aquél segundo que me hace cumplir dieciocho años, yo paso, instantáneamente, a ser capaz, mayor, consciente de lo que hago o deshago, responsable, punible. De sopetón…

Esas personas, reacias, no me ven, desconocen que soy una persona, un ser humano. Ignoran que todos, ancianos, adultos, adolescentes y niños o niñas, viven siempre – en todo y cualquier instante de la vida – una condición peculiar de persona en desarrollo. Yo vivo la mía, en mi infancia, usted vive la suya, en su infancia, madurez o ancianidad, lector.

Esas son las mismas personas que andan diciendo por ahí que últimamente – dicen eso saboreando mi invisibilidad como persona, como sujeto y como ciudadano o ciudadana – dicen que ahora solamente se habla en los derechos del niño o de la niña (y del adolescente) – y nunca de los deberes. Afirman que la ley moderna solamente les da derechos, y no exige deberes, ni de los niños o niñas, ni de los adolescentes. Cuanto más los menoristas me miran, lector, menos ellos ven mi ciudadanía (los menoristas son los que miran niños y niñas, y perciben… menores).

Necesitamos demostrar a ellos que un país se hace con seres humanos y con principios éticos de ciudadanía. Tales principios nacen en una región o circunstancia misteriosa de mí ser como niño o niña y, a través de esos principios, en una cierta medida, cada ser humano es todos los seres humanos. Yo soy aquel, aquella, que muchos ya han sido y que todos serán. Principios éticos o de derechos y deberes humanos son la base del respeto mutuo, del cariño entre la gente, del bien común, de la honestidad, de la empatía universal.

Comunidades, familias, personas que deprecian o desconocen los principios de derechos y deberes humanos son las comunidades, las familias, las personas que deshumanizan lo que es y debe ser humano. Crean la discriminación, que estimula en mí impulsos agresivos, condiciona violencia, y produce criminalidad, la cual desborda, en el límite, para el terror. Comunidades, familias y personas deben ser orientadas y apoyadas para esa comprensión fundamental en el mundo de la ciudadanía. Comenzando por mí.

Mire alrededor, en su comunidad, lector. Mire alrededor de la mía. Mira y, si posible, vea como no andan orientando y apoyando comunidades y familias para que yo venga a ser orientada y apoyada en el ejercicio de mis derechos civiles (libertad, igualdad, fraternidad), de los derechos políticos (prepararme para un día votar y ser votada), de los derechos sociales (tener atendidas mis necesidades mínimas, sin intervención indebida del Estado sobre mi vida privada y de mi familia) y de los derechos éticos (moralidad pública, impersonalidad en la atención al bien común), que forman la justa ciudadanía.

Pues bien, a lo largo del Siglo XX, surgió la percepción universal de que no hay ciudadanía si las personas no son respetadas en su dignidad. Nadie puede ser herido en su intimidad, pasar hambre, quedarse a la merced de enfermedades evitables por vacunas, cuidados preventivos y medicinas disponibles. Nadie puede ser amenazado en su privacidad:
  • Las luchas del Siglo XVIII, case trescientos años atrás, se han dado básicamente en contra de las interferencias arbitrarias del Estado (de los gobernantes, de los dueños del poder, de los burócratas) sobre la vida privada de las comunidades, de las familias, de las personas.

Luchas por la libertad individual, por el respeto a la vida privada, por la igualdad entre las personas, por la fraternidad universal. En aquella época, fueran hechas las primeras Declaraciones de Derechos Humanos.

Note lector que, por millares de años, la Historia humana ha sido la historia de los deberes de los individuos para con el mando, la voluntad, el arbitrio de los poderosos, los discrecionales, los arrogantes. Cada poderoso proclamaba la lista de los deberes que la gente del pueblo debería tener para con él. Listas de deberes han sido la constante del mundo de la fuerza bruta y de la violencia institucionalizada. Los fuertes y desprotegidos siempre han tenido el arbitrio del mando. Los débiles y desprotegidos siempre han tenido deberes para con los poderosos.

Las Declaraciones de los Derechos Humanos y del
Ciudadano (la primera en los Estados Unidos en 1776; la segunda, que sería la brasilera, había sido la de los revoltosos del Estado brasilero de Minas Gerais de 1789, que resultó en la muerte heroica del Líder llamado “Tiradentes”1 en 1792, tierra del poeta Drummond; la tercera, en Francia, en 1793), son proclamaciones de los más profundos principios de la convivencia humana: Todos los seres humanos nacen iguales y la sociedad debe se organizar invirtiendo las antiguas y arbitrarias relaciones entre derechos y deberes.

A partir de aquellas dos Declaraciones reales (y también de la virtual brasilera de 1789, que ha sido abortada), surge la percepción histórica de que todo ser humano es sujeto de derechos. Y surge la concepción de que, los que detienen el poder (los poderosos), deben ser llevados por los constructores de la ciudadanía a abandonar el arbitrio y asumir su deber de servir al pueblo, a la población, a la ciudadanía.

El problema es que el niño, la niña quedaran invisibles en relación a todo eso, hasta la mitad del Siglo XX (niño, niña, no eran considerados ese… ser humano usufructuario de la libertad, igualdad y fraternidad. El ser humano para aquella gente toda, al fin de cuentas, empezaba, increíblemente,… a los dieciocho años). Ha sido necesaria, con la visibilidad del sufrimiento, de los horrores, de las arbitrariedades practicadas contra niños y niñas, en las dos guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945), una… Declaración de los Derechos del Niño, lo que ha sido hecho solamente en el año de… 1959, en proclamación de las Naciones Unidas.

Sin embargo, ocurrió, lector, que si yo pasé a ser visible para las personas sensatas, prudentes, justas, continué invisible para los arrogantes, los arbitrarios, los poderosos, los burócratas. Nadie consideró en serio la ciudadanía de los niños, y de las niñas, hasta mismo a partir de 1959. Fueran necesarios treinta años para que los países se diesen cuenta de esa invisibilidad real, aunque hubiera una declaración visible, escrita, cantada en prosa y verso pero… virtual.

Era como si la Declaración sirviera apenas para declarar. No para… efectuar lo que era declarado (lo declarado era que el niño es un ser humano como todos los demás seres humanos y debía ser respetado – respetada – como tal). Vea, lector, lo que hemos puesto en el artículo tercero del Estatuto del Niño y del Adolescente del Brasil, en el año 1990:

El niño y el adolescente tienen todos los derechos fundamentales inherentes a la persona humana, sin perjuicio de la protección integral de que trata esta Ley, asegurándoseles, por ley, o por otros medios, todas las oportunidades y facilidades, a fin de les facultar el desarrollo físico, mental, moral, espiritual y social, en condiciones de libertad y de dignidad”.

¿Cuando el Brasil estaba se preparando para salir de su segunda dictadura del Siglo XX (la primera duró entre 1937 y 1945, la segunda entre 1964 y 1985), qué hicimos? Pusimos en nuestra Constitución Republicana de 1988 (artículo 227) los principios que íbamos a defender, en el año siguiente, en la ONU, para que niños y niñas pasasen realmente a ser respetados y respetadas en su ciudadanía.

Esos principios de ciudadanía específica están detallados en los 54 artículos de la Convención de la ONU Sobre los Derechos del Niño de 1989. Fuimos precoces. El Brasil se anticipó en un año a esa importante proclamación de las Naciones Unidas. Otra no es la razón por la cual el Brasil es uno de los pueblos emergentes más viables (si me den siempre a mi, niño o niña, visibilidad, lector) para ser nación potencia en derechos humanos hacia la mitad del Siglo XXI.

El raciocinio básico que debemos enseñar, insistentemente, a comunidades, familias y personas (ancianos, adultos, adolescentes y niños o niñas) es que todos son sujetos de derecho. Luego, si todos son sujetos de derechos, todos son sujetos de deberes correspondientes a los mismos derechos de que son sujetos, porque a cada derecho de uno o de algunos, le corresponden iguales derechos de los otros y de todos.

Aquel que es mi derecho, como niño o niña, de querer (y exigir) respeto, honestidad, dignidad, ética de los demás, según mi madurez, es mi deber de niño o niña de respeto, honestidad, dignidad, ética en relación a los demás según… mi madurez (mi condición peculiar – como es peculiar la condición de los adultos y de los ancianos – de persona en desarrollo).

Derechos y deberes humanos, dos caras de la misma moneda de convivencia social. Fundamentos de la sociedad justa, de la convivencia pacífica, del bien común.